Ayer estaba con mi hijo y con mi hermano, del que tengo que decir que es un buen cocinero además de pintor pero no de muros, sino artístico. Mientras hacíamos compañía a nuestro padre charlábamos de cocina y me comentó que el pescadero de la esquina (podéis aplicar el cuento a cualquier pescadero) tenía una oferta de bogavantes y que era un buen día y momento para preparar un exquisito arroz con bogavante.
Eran las doce del mediodía y había tiempo suficiente para ir a comprar algo de pescado antes de ponernos a hacer la comida.
Mi hijo y yo nos dirigimos a la famosa pescadería en busca del mentado bogavante. Había bogavantes, pero había terminado la oferta, ya no eran a 4'90, eran a 20 euros el kilo.
Pensé que había que hacer un fumet para el día siguiente y que el bogavante estaba mejor en la pecera que en la nevera de casa, por lo que le dije al pescadero que me pusiera un kilo de morralla y unas galeras.
Y todo esto viene a cuento porque no se pueden hacer las cosas con prisas y menos aún la compra del pescado.
Miré la morralla por encima y le indiqué al tendero que pusiera un kilo, acompañado por un puñado de galeras. Junto con las galeras, el pescadero puso unos cangrejos y me pareció bien por lo que no dije nada en contrario. Mientras tanto eché un vistazo a los salmonetes y le pregunté si eran del día, a lo que respondió: "Por supuesto". Los salmonetes me miraban con una cara diciendo, "Si ya llevamos más de cuatro días en el mostrador". Hice caso a los salmonetes y no me los llevé, eché un vistazo a los boquerones y me hablaron de la misma forma.
Al final comimos pescado frito porque nos fuimos a Mercadona y tenían buenos salmonetes y buenos boquerones (¡lo que hace el transporte aéreo!)
Por la tarde, después de comer me puse manos a la obra, había que preparar el fumet. Abrí la bolsa de plástico de la pescadería, abrí el envase especial que usa este pescadero para poner el pescado y que cobra a precio de este último (el kilo de envase le sale más barato que el kilo de pescado).
Por cierto, no os he dicho que el pescado frito estaba riquísimo.
Y siguiendo con el pescado que, mientras tanto, había depositado encima de un periódico (es una buena forma de no ensuciar la encimera), os diré que me estaba llevando una sorpresa, pues no sólo me había puesto pescado fresco, también había puesto otro menos fresco y aromático (por decir algo), pero no con el aroma de las flores, sino con el aroma de algo que está siendo atacado por bacterias de las que no recuerdo el nombre y no lo pienso buscar.
Pude aprovechar el pescado, pero los cangrejos, ¡que os voy a decir de los cangrejos!. Bueno, mejor no decir nada porque ya me entendéis.
Acabé haciendo el fumet, enfriándolo enseguida y metiéndolo en el congelador.
Todo esto no lo cuento para que aprendáis, no, os lo cuento porque así me acordaré la próxima vez, no tendré prisa y haré una buena compra. Entraré en la tienda, miraré bien y me iré sin comprar nada si no encuentro lo que me gusta.
Pero la cosa no acabó aquí, ya que al día siguiente, es decir hoy, he ido a la tienda a comprar el mentado bogavante para hacer el deseado arroz.
La verdad, he quedado desilusionado, estos bogavantes baratos no son como los gallegos, se les nota demasiado el sabor al pienso que han estado comiendo durante su corta existencia. Creo que es el primer y último bogavante de granja que he comprado.
Seguiré visitando regularmente al pescadero, pero espero acordarme de lo que aquí digo y miraré, comprobaré y pensaré si compro o no.
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